En Circa, Carolina Pezoa emprende su propia lírica terminal –escritura límite–, como diría Tamara Kamenszain. Cercana a la muerte, cercada por el fin, intenta un acto íntimo y último de rebeldía, cuando el cuerpo se sostiene apenas y, sin embargo, es potencia que se afirma en su propia impotencia para desplegar sus palabras. ¿Qué podríamos decir sobre las últimas palabras de alguien? Frente a un desenlace que, pese a todo, no conocemos en su real magnitud, solo queda leer, entrar en una conversación que continuará su estela en cada uno de nosotros. Una interrupción que, justamente, por esa súbita partida, prosigue. Un último poema que cierra y abre el mundo. Ausencia venidera del otro en nosotros. Persistencia que vibra en nuestra orfandad, en espera del propio y definitivo silencio. Después de todo, las escrituras de los muertos, sus «huellas activas», vibran a diario y nos acompañan en un diálogo espectral e infinito. En el fin, el poema toma aliento para expirar, dejando un ligero pero sostenido temblor, se vuelve huella indeleble, incisión persistente, desaparición suspendida en su persistencia. ¿Lo que queda?: «Un poema, tal / que nunca pueda escribirse», «encuentro final» casi en el límite. La lengua se ramifica en su deshilache, en el «intacto-deleite» «de una voz apenas / sostenida»: «son los vocablos otra vez colgando de ella».

Nadia Prado